martes, 24 de mayo de 2011

Poesía IX

La tranquilidad de la oscuridad
se acaba.
Se agarra con sus rayos el Sol
a la montaña
y se impulsa alcahuete y descarado
como cada mañana.


El trasiego del día sigue su curso con prisas,
con ruido, sin ganas.
.
Me consume el vaivén de las personas,
la soledad del no mirar,
quedaría reflexivo si la ausencia del tiempo
no empujara.


Tarde, la jornada se agota,
llega la calma.

El vibrar de todo para.
Los edificios, ahora quietos, vigilan
quienes por las calles pasan.


Y a la hora en que la bestia
de la gente amansa,
en la que se lleva a cabo
el primer cambio de guardia,
en la que comienza por las ramblas
el reinado de prostitutas y gatos,
oigo de mi cama el lamento
pues el vacío ocupa tu hueco
que solo a ti está reservado.

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