Una gota resbala
por el dorso de una mano
y mientras se evapora como el tiempo.
Antes de caerse hacia el abismo
queda pegada y resiste
dejando huella en la propia huella del dedo.
Y tras desplomar y hacese añicos por el suelo,
todavía queda su rastro por el cuerpo,
que acabará en el olvido, disuelto por el viento.
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